Primeros pasos en Francia. Camino de los Campos
Estos que ves ahora deshechos, maltrechos, furiosos, aplanados, sin
afeitar, sin lavar, cochinos, sucios, cansados, mordiéndose, hechos un asco,
destrozados, son, sin embargo, no lo olvides, hijo, no lo olvides nunca pase lo
que pase, son lo mejor de España, los únicos que, de verdad, se han alzado, sin
nada, con sus manos, contra el fascismo, contra los militares, contra los
poderosos, por la sola justicia; cada uno a su modo, a su manera, como han
podido, sin que les importara su comodidad, su familia, su dinero. Estos que
ves, españoles rotos, derrotados, hacinados, heridos, soñolientos, medio muertos,
esperanzados todavía en escapar, son, no lo olvides, lo mejor del mundo. No es
hermoso. Pero es lo mejor del mundo. No lo olvides nunca, hijo, no lo olvides.
Max Aub. Campo de Almendros
Coronado el Coll, la carretera inicia un suave descenso y se tiene una magnífica vista de Cerbère, el primer pueblo que nos encontramos ya en territorio francés, con su estación de ferrocarril, que conecta mediante el túnel internacional con la española, y el mar al fondo. Aunque el mar sigue siendo el mismo, ya todo es Francia. La aduana francesa, hoy abandonada, al igual que la española, gracias al espacio común que ahora compartimos todos los europeos, se encuentra un poco más abajo, apenas a unos doscientos metros de la española, en la margen derecha. Todavía es reconocible en el edificio actual la oficina aduanera de entonces. Aunque al inmueble que existía en 1939 se le han añadido otras edificaciones, se distingue el bloque cuadrado de entonces. Una de las fotografías más famosas del paso de la frontera por esta zona registra una fila de vehículos de los refugiados españoles, en el descenso hacia Francia, que se prolonga en las siguientes curvas, ya en territorio francés.
Es fácil imaginarse las lágrimas que se les
escaparían a muchos españoles en ese último momento. A pesar de las penalidades
pasadas, y la tranquilidad de sentirse a salvo, probablemente pasaría por su
mente un último pensamiento para sus padres, madres, hermanos, esposas e hijos
que quedaban atrás. En este momento, a pesar de los riesgos y penalidades
vividos a diario durante la guerra, se les haría más presente que nunca la
incertidumbre de si volverían a ver a los suyos.
Francia había sido tradicionalmente un país
receptor de emigrantes y, debido a la vecindad, históricamente, los españoles eran de las
nacionalidades con más números de desplazados, junto con belgas e italianos.
Por diversas causas, desde la primera guerra mundial, el número de españoles en
el país vecino no dejó de crecer, alcanzando su cénit a principio de la década
de los treinta. A partir de este momento se inició un descenso, achacable
principalmente a la crisis económica producida por la gran depresión.
La aceptación por parte del país vecino de la
emigración española, y la procedente de otros países, variaba en función de
su situación económica. Fueron bien recibidos, e incluso demandados en épocas
de bonanza, mientras que, por el contrario, en momentos de crisis se dictaron
leyes favorables a la protección de la mano de obra nacional, llegando, en
ocasiones, a producirse movimientos de rechazo, incluso con tintes xenófobos.
El fenómeno es el mismo que sigue produciéndose
hoy en día. Las crisis favorecen la aparición de fenómenos radicales,
generalmente relacionados con la extrema derecha, cuyo discurso siempre se
centra en que los extranjeros quitan los trabajos a los nacionales. Es en
relación a estos momentos, cuando en Francia surge la denominación de
“indeseables” para determinados inmigrantes.
En este contexto de crisis económica estalló la
guerra civil española. Huyendo de esta, se produjeron varias oleadas de
refugiados en distintos momentos, que penetraron en Francia. En los primeros
momentos desde Cataluña, una vez fracasado el golpe militar, cuando los
partidarios de este, u otras personas que entendían que su vida podía peligrar,
durante los momentos revolucionarios, y posteriormente, con cada avance del
ejército rebelde, los civiles y militares que se encontraban en los territorios
que fueron cayendo, cruzaron la frontera (Guipúzcoa, Campaña del Norte, Alto
Aragón, Cataluña, y al finalizar la guerra).
Con el gobierno de Leon Blum, en 1936,
perteneciente al Frente Popular, una coalición de izquierdas ideológicamente
similar al existente en la república española, se sentaron las bases legales
para la recepción y ayuda humanitaria a los españoles, dentro del espíritu de
la tradición francesa del derecho al asilo (Celaya 2015: 5). Sin embargo,
la postura del gobierno fue cambiando según aumentaba el número de refugiados,
debido a las presiones políticas de la oposición y de parte de la opinión
pública. En consecuencia, se fueron tomando medidas cada vez más restrictivas,
que se agravaron con el gobierno de Camille Chautemps, del Partido Radical, que
accedió al puesto a finales de junio de 1937. La situación empeoró aún más con
el ascenso al poder de Édouard Daladier, en marzo de 1938. En los primeros
meses de 1939, a pesar de algunas opiniones en contra, la situación había
llegado al extremo de odio al extranjero.
En consonancia con esas posturas de rechazo, el
gobierno francés fue desplegando todo un aparato legislativo con el objetivo de
incrementar el control sobre los extranjeros. Las políticas fueron cada vez más
restrictivas, encaminadas a limitar el acceso o permanencia en territorio francés
de extranjeros, salvo que los refugiados contaran con recursos suficientes par
poder mantenerse por sí mismos.
Desde el momento actual no tenemos más remedio que
realizar una comparación entre los exiliados españoles de la Guerra Civil, y
las personas, refugiadas, que ahora huyen de sus hogares en cualquier lugar del
mundo por diversos motivos, y se encuentran con toda una serie de barreras y
obstáculos a las puertas de Europa. Al igual que sucede hoy en nuestros países,
en el contexto de una crisis económica, entonces, la población francesa estaba
dividida ante la marea de refugiados que intentaban entrar en Francia huyendo
de la guerra. Por un lado, había personas que se compadecían y trataban de ayudar, y por
otro los que querían que se impidiera su entrada, o incluso que se expulsara a los
que consiguían entrar, creándose “un clima de xenofobia difundido en los
periódicos de extrema derecha” (Damien 2013: 11). Con el aumento del
número de refugiados creció el rechazo, uniéndose a las circunstancias anteriores
las cuestiones relacionadas con el coste de su mantenimiento, y otros miedos,
azuzados por la prensa de derechas. Estos miedos y bulos, hicieron
que, incluso, se armara con ametralladoras a la Guardia Móvil Republicana, para
recibir a los españoles. Por el contrario, parte de la población y sindicatos,
apoyaron a los emigrantes, o surgieron movimientos solidarios, e incluso nos
encontramos con patronos en algunas zonas del país, que a pesar de las
legislaciones limitadoras, siguieron contratando mano de obra extranjera,
debido a que los franceses se negaban a realizar determinados trabajos.
Hasta finales de 1938, unas 40.000 personas habían
abandonado España para entrar en Francia. Sin embargo, en febrero de 1939, se
produjo una situación sin precedentes. En muy pocos días ocurrió el éxodo de
entre 450.000 y 500.000 personas, la mitad civiles (ancianos, mujeres y niños),
y la otra mitad militares. Acosados por el ejército franquista, en pleno
invierno, con unas condiciones atmosféricas muy adversas, muchos de ellos en
unas condiciones físicas y psicológicas lamentables. Esta es la cifra en que
aproximadamente coinciden todos los autores, pero es aproximada, debido a las
dificultades para cuantificar un fenómeno de tales dimensiones, en un momento
con gran descontrol, la ausencia de registros, o el paso de muchas personas por
plena montaña, fuera de todo control, y la vuelta inmediata de muchos que, por
una u otra causa decidieron regresar en los primeros días o semanas.
Hay que tener en cuenta, además, que la retirada
afectó a una línea fronteriza enorme, y aunque la mayoría pasaron por los pasos
aduaneros, otros muchos entraron al país vecino por las montañas. Son frecuentes
los relatos de refugiados o de los propios franceses sobre cómo llegaban a los
caseríos o poblaciones francesas un goteo constante de personas, intentando
refugiarse del frío y la lluvia.
La actitud ante los refugiados españoles, también
varió dependiendo del departamentos de llegada. En aquellos donde la llegada
fue masiva las posiciones que primaron fueron de preocupación “por las finanzas
locales, alarmados por el gran nivel de politización de los refugiados e
indignados ante los pequeños hurtos que los refugiados protagonizaron en sus
propiedades” (Celaya 2015:5). Jackson (2005: 403) cita, cómo los
campesinos franceses “miraban a los refugiados, al pasar estos, algunos con
lágrimas en los ojos, otros murmurando: sale rouges (sucios rojos)".
En todo caso, parte de esos refugiados, tanto
civiles como militares, regresaron pronto a España por otras fronteras, gran
parte de ellos instados por las autoridades francesas. Para los que se
quedaron, la situación fue empeorando paulatinamente, hasta el punto de ser
descrita por algunos medios como “miserable”.
Se ha hablado de una falta de previsión por parte
de los franceses, y de ahí las malas condiciones en las que serían recluidos.
Sin embargo, en realidad, existían planes para la acogida de los refugiados,
que fueron seguidos en gran medida[1][1]. Lo que pareció fallar, fue la estimación de las dimensiones
del éxodo.
Siguiendo el plan mencionado, la frontera fue
dividida en varios sectores, desde la zona más oriental (Coll dels Belitres),
hasta el oeste (Andorra), en cada uno de los cuales se había planificado una
serie de “centros de recepción”, desde donde los refugiados serían conducidos a
los “centros de evacuación”.
Los sectores fueron los siguientes:
- Sector
de Collioure: Los refugiados que penetrasen por los territorios de
Argelés-sur-Mer, Colliure, Port Vendres, Banyuls-sur-Mer y Cerbère, serían
conducidos a Collioure, mediante coches o camiones.
- Sector
de Boulou: Con los centros de recepción de Prats de Mollo, Lamanère, St.
Laurent de Cerdans, Maureillas, S.Gènis-Le PErthus, Le Boulou. Desde estos
centros de recepción los refugiados serían conducidos al centro de
evacuación de Le Boulou.
- Sector
de Villafranche du Conflent: Los refugiados que accedieran entre
Fontpèdrousse y Vernet-les-Bains, serían conducidos a Villafranche du
Conflent, y dirigidos enseguida por tren a Perpignan.
- Secor
Latour de Carol: Los refugiados que accedieran por los diversos pasos de
la Cerdanya, hasta Planès serían dirigidos al centro de Latour de Carlos,
con el fin más tarde de ser enviados al interior.
Se preveía una serie
de atenciones como la entrega de bebidas frías en los centros de recepción, y
en los casos de necesidad, bebidas y comidas calientes en los centros de
evacuación. Una vez en estos centros, los refugiados recibirían atención
sanitaria, serían vacunados, agrupados por familias, y en un mismo convoy,
enviados a los departamentos del interior. Para el caso de los militares se
planeaba examinar su situación y, una vez reavituallados, evacuarlos siguiendo
las instrucciones del ministerio del interior. Para el caso de los españoles,
se les consultaría antes si deseaban regresar a España.
Está claro que la “previsión"
falló estrepitosamente. El número de refugiados que se pensaba podían acceder a
Francia superó con creces el esperado, de forma que los planes debieron
variarse, como en el caso de acoger a los refugiados en la zona más oriental,
en Colliure, a todas luces, una vez producida la marea humana, incapaz de
absorber tal número de refugiados. Las cifras también afectaron a la previsión
en cuanto a alimentos y bebidas, y en los tiempos de respuesta y traslado de
las zonas pirenaicas a otras zonas más favorables.
El error en las previsiones provocó
que los civiles fueron mantenidos durante varios días en campamentos
improvisados de clasificación, control o triaje, donde el frío propio de la
época se añadía al propiciado por la ubicación en altura. Esto agravó su ya de
por sí malas condiciones físicas y morales, y ocasionó un número de
fallecimientos muy alto. En esos momentos se vieron situaciones dantescas.
Para el caso de los militares, para
los que se había abierto la frontera el día 5, las fuerzas francesas (Guardias
Móviles Republicanos, Gendarmes, Sephais Marroquíes o Tiradores Senegaleses),
los desarmaron. A pesar del dolor de la derrota, el agotamiento, y el trato que
empezaban a recibir, el hecho de que la mayoría cruzara la línea formando parte
de su unidad militar, permitiría que su situación fuera mucho mejor, en esos
momentos, que la de los civiles, que tuvieron que esperar bajo las inclemencias
del tiempo, aunque algunas unidades fueron conducidas a centros de
clasificación, para el caso, parece que los últimos en cruzar la frontera,
fueron dirigidos inmediatamente a los campos de concentración que ya habían
inaugurado otros antes.
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